jueves, 17 de septiembre de 2015

Textos del XVIII

A)

          Todas las religiones se encuentran muy apuradas cuando tienen que dar una idea de los deleites destinados a los que han vivido bien. Fácil cosa es atemorizar a los malos amenazándolos con una dilatada serie de castigos; mas no saben qué han de prometer a los hombres virtuosos. La naturaleza de los gustos parece que exige que sean de poca duración, y apenas puede la imaginación figurarse otros. Descripciones he visto yo del paraíso que eran capaces de hacer que todo sujeto de sana razón renunciara a él: unos dicen que las sombras bienaventuradas tocan la flauta sin cesar; otros las condenan al suplicio de estarse eternamente paseando; por fin, otros quieren que piensen en el otro mundo en las queridas que tuvieron en este; creyendo que no eran bastantes cien millones de años para que se les quitara la manía de los amorosos asuntos.
                                                         Montesquieu, Cartas Persas
B)        La religión pagana permitía el divorcio, que veda el cristianismo. Esta diferencia (…) acarreó terribles consecuencias. (…) En tan libre acción en que tanta parte ha de tener el corazón, se estableció la violencia, la necesidad y hasta la fatalidad del destino. Ninguna cosa contribuía más al mutuo cariño que la facultad del divorcio: el marido y la mujer sufrían con paciencia los pesares domésticos sabiendo que tenían en su mano el ponerles término; y muchas veces conservaban esta facultad toda su vida sin hacer uso de ella (…) Muy difícil es atinar con la razón que ha movido a los cristianos a abolir el divorcio. En las naciones del mundo es el matrimonio un contrato susceptible de cualesquiera convenios (…) Según los cristianos es un no sé qué misterioso que no te puedo descifrar.  Montesquieu, Cartas Persas









C)
Sin temeridad me atreveré a pronunciar que la Poesía en España está mucho más perdida que la Música. Son infinitos los que hacen coplas, y ninguno es Poeta. Si se me pregunta cuáles son las artes más difíciles de todas, responderé que la Médica, Poética y Oratoria. Y si se me pregunta cuáles son las más fáciles, responderé que la Poética , Oratoria, y Médica. No hay Licenciado, que si quiere, no haga coplas. Cuantos Religiosos Sacerdotes hay, suben al púlpito; y cuantos estudian Medicina hallan partido. ¿Pero adónde está el Médico verdaderamente sabio, el Poeta cabal, y el Orador perfecto? […] Porque si se mira bien, ¿dónde se encuentra, entre tantas coplas como salen a la luz, una sola, que (dejando otras muchas calidades) sea juntamente natural, y sublime, dulce, y eficaz, ingeniosa, y clara, brillante sin afectación, sonora sin turgencia, armoniosa sin impropiedad, corriente sin tropiezo, delicada sin melindre, valiente sin dureza, hermosa sin afeite, noble sin presunción, conceptuosa sin obscuridad? Casi osaré decir, que quien quisiere hallar un Poeta que haga versos de este modo, le busque en la Región donde habita el Fénix. Por lo menos en España, según todas las apariencias, hoy no hay que buscarle, porque está la Poesía en un estado lastimoso. El que menos mal lo hace (exceptuando uno, u otro raro) parece que estudia en cómo lo ha de hacer mal. Todo el cuidado se pone en hinchar el verso con hipérboles irracionales, y voces pomposas: conque sale una Poesía hidrópica confirmada, que da asco, y lástima verla. La propiedad, y naturalidad, calidades esenciales, sin las cuales, ni la Poesía, ni la Prosa, jamás pueden ser buenas, parece que andan fugitivas de nuestras composiciones. No se acierta con aquel resplandor nativo,que hace brillar el concepto; antes los mejores pensamientos se desfiguran con locuciones afectadas: al modo que cayendo el aliño de una mujer hermosa en manos indiscretas, con ridículos afeites se le estraga la belleza de las facciones.
                                                                        Teatro crítico universal, Feijoo





D) Carta XXVII, De Gazel a Ben-Beley
Toda la noche pasada estuvo hablando mi amigo Nuño de una cosa que llaman fama póstuma. Éste es un fantasma que ha alborotado muchas provincias y quitado el sueño a muchos, hasta secarles el cerebro y hacerles perder el juicio. Alguna dificultad me costó entender lo que era, pero lo que aun ahora no puedo comprender es que haya hombres que apetezcan la tal fama. ¡Cosa que yo no he de gozar, no sé por qué he de apetecerla! Si después de morir en opinión de hombre insigne, hubiese yo de volver a segunda vida, en que sacase el fruto de la fama que merecieron las acciones de la primera, y que esto fuese indefectible, sería cosa muy cuerda trabajar en la actual para la segunda: era una especie de economía, aun mayor y más plausible que la del joven que guarda para la vejez. Pero, Ben-Beley, ¿de qué me servirá? ¿Qué puede ser este deseo que vemos en algunos tan eficaz de adquirir tan inútil ventaja? En nuestra religión y en la cristiana, el hombre que muere no tiene ya conexión temporal con los que quedan vivos. Los palacios que fabricó no le han de hospedar, ni ha de comer el fruto del árbol que dejó plantado, ni ha de abrazar los hijos que dejó; ¿de qué, pues, le sirven los hijos, los huertos, los palacios? ¿Será, acaso, la quinta esencia de nuestro amor propio este deseo de dejar nombre a la posteridad? Sospecho que sí. Un hombre que logró atraerse la consideración de su país o siglo, conoce que va a perder el humo de tanto incensario desde el instante que expire; conoce que va a ser igual con el último de sus esclavos. Su orgullo padece en este instante un abatimiento tan grande como lo fue la suma de todas las lisonjas recibidas mientras adquirió la fama. ¿Por qué no he de vivir eternamente, dícese a sí mismo, recibiendo los aplausos que voy a perder? Voces tan agradables, ¿no han de volver a lisonjear mis oídos? El gustoso espectáculo de tanta rodilla hincada ante mí, ¿no ha de volver a deleitar mi vista? La turba de los que me necesitan, ¿han de volverme la espalda? ¿Han de tener ya por objeto de asco y horror el que fue para ellos un dios tutelar, a quien temblaban airado y aclamaban piadoso? Semejantes reflexiones le atormentan en la muerte; pero hace su último esfuerzo su amor propio, y le engaña diciendo: tus hazañas llevarán tu nombre de siglo en siglo a la más remota posteridad; la fama no se oscurece con el humo de la hoguera, ni se corrompe con el polvo del sepulcro. Como hombre, te comprende la muerte; como héroe, la vences. Ella misma se hace la primera esclava de tu triunfo, y su guadaña el primero de tus trofeos. La tumba es una cuna nueva para semidioses como tú; en su bóveda han de resonar las alabanzas que te canten futuras generaciones. Tu sombra ha de ser tan venerada por los hijos de los que viven como lo fue tu presencia entre sus padres. Hércules, Alejandro y otros ¿no viven? ¿Acaso han de olvidarse sus nombres? Con estos y otros iguales delirios se aniquila el hombre; muchos de este carácter inficionan toda la especie; y anhelan a inmortalizarse algunos que ni aun en su vida son conocidos.
                                     Cartas marruecas, José Cadalso




E)    Las mujeres reputadas por hábiles, discurren con más felicidad, y acierto que los hombres en orden a las cosas sensibles, y con mucho menos (si no enmudecen del todo) en materias abstractas: siendo así, que [352] esto no proviene de la desigualdad de talento, sino de la diferencia de aplicación, y uso. Las mujeres se ocupan, y piensan mucho más que los hombres en el condimento del manjar, en el ornato del vestido, y otras cosas a este tono, y así discurren, y hablan acerca de ellas con más acierto, y con más facilidad. Por el contrario en cuestiones teóricas, o ideas abstractas, rarísima mujer piensa, o rarísima vez; y así, no es mucho que las encuentren torpes, cuando les tocan estas materias. Para mayor desengaño de esto se observará, que aquellas mujeres advertidas, y de genio galante, que gustan de discurrir a veces sobre las delicadezas del amor Platónico, cuando se ofrece razonar sobre este punto, dejan muy atrás al hombre más discreto, que no se ha dedicado a explorar estas bagatelas de la fantasía.
65. Generalmente cualquiera, por grande capacidad que tenga, parece rudo, o de corto alcance en aquellas materias a que no se aplica, ni tiene uso. Un Labrador del campo, a quien Dios haya dotado de agudísimo ingenio, como algunas veces sucede, si no ha pensado jamás en otra cosa que su labranza, parecerá muy inferior al más rudo político siempre que se ofrezca hablar de razones de estado. Y el más sagaz político, si es puro político, metiéndose a hablar de ordenar escuadrones, y dar batallas, dirá mil desvaríos;
Lo propio sucede puntualmente en nuestro caso: estáse una mujer de bellísimo entendimiento dentro de su casa, ocupado el pensamiento todo el día en el manejo doméstico, sin oír, u oyendo con descuido, si tal vez se habla delante de ella de materias de superior esfera. Su marido, aunque de muy inferior talento, trata por afuera frecuentemente, ya con Religiosos sabios, ya con hábiles políticos, con cuya comunicación adquiere varias noticias, [353] entérase de los negocios públicos, recibe muchas importantes advertencias. Instruido de este modo, si alguna vez habla delante de su mujer de aquellas materias, en que por esta vía cobró un poco de inteligencia, y ella dice algo que le ocurre al propósito, como, por muy penetrante que sea, estando desnuda de toda instrucción, es preciso que discurra defectuosamente, hace juicio el marido, y aun otros, si lo escuchan, de que es una tonta, quedándose él muy satisfecho de que es un lince.
67. Lo que pasa con esta mujer, pasa con infinitas, que siendo de muy superior capacidad respecto de los hombres concurrentes, son condenadas por incapaces de discurrir en algunas materias; siendo así, que el no discurrir, o discurrir mal depende, no de falta de talento, sino de falta de noticias, sin las cuales ni aun un entendimiento angélico podrá acertar en cosa alguna; los hombres entretanto aunque de inferior capacidad, triunfan, y lucen como superiores a ellas, porque están prevenidos de noticias.
68. Sobre la ventaja de las noticias hay otra de mucho momento; y es, que los hombres están muy acostumbrados a meditar, discurrir, y razonar sobre estas materias, que son de su uso, y aplicación, al paso que las mujeres rarísima vez piensan en ellas: conque se puede decir, que cuando llega la ocasión, los hombres hablan de muy pensado, y las mujeres muy de repente. (...)
La falta de estas reflexiones introdujo en tantos hombres (y algunos por otra parte sabios, y discretos) este gran desprecio del entendimiento de las mujeres; y lo más gracioso es, que han gritado tanto sobre que todas las mujeres son de cortísimo alcance, que a muchas, si no a las más, ya se lo han hecho creer.
            Feijoo, Teatro crítico universal


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