domingo, 8 de marzo de 2015

Renacimiento






El Renacimiento en el arte


(El humanismo) fue, pues, una manera de comer, sí, como fue una manera de divertirse, de amar, de hacer la guerra, el arte o la literatura. Porque el humanismo era, en suma, una cultura completa, todo un sistema de referencias, con un estilo de vida, y era en verdad un "humanismo", un saber que acompañaba al hombre en las más variadas circunstancias. Iba con él en la alegría y en la tristeza, en casa y en la plaza, de noche, de viaje, al campo...
Francisco Rico, El sueño del humanismo




TEXTOS DEL RENACIMIENTO

A)
La belleza es una gracia vivaz y espiritual que brilla por el rayo de Dios. Gracia infusa primero en los ángeles, y de ellos en el alma de los hombres, en la forma de los cuerpos y de los sonidos. Esta gracia, por medio de la razón, de la vista, del oído, mueve y deleita nuestras almas. Y deleitándolas, las embelesa, y embelesándolas las inflama de amor ardiente.
Marsilio Ficino


B)
¡Que embargue nuestra alma una santa ambición de no contentarnos con lo mediocre!. El hombre -según el pensador, fue puesto en el mundo y dotado de capacidades para forjar su futuro. El mejor artesano le dijo tu mismo te has de forjar la forma que prefieras para tí, pues eres el árbitro de tu honor, tu modelador y diseñador. Con tu decisión puedes rebajarte hasta igualarte con los brutos, y puedes levantarte hasta las cosas divina

Pico della Mirandola


C)
A LOS LECTORES
Amigos lectores que este libro leéis,/ Renunciad a toda afección,
Y al leerlo, no es escandalicéis:/ No contiene mal ni infección,
Aunque tampoco gran perfección./Si no aprendéis, reiréis al menos:
Mi corazón no puede otra materia elegir/Al ver pesar que os consume y mina;
Mejor es de risa que de llanto escribir,/Pues lo propio del hombre es reír.

Prólogo del autor

Muy ilustres bebedores, -pues a vosotros y no a otros están dedicados mis escritos-: Alcibíades, en el diálogo de Platón titulado El banquete, alabando a su preceptor Sócrates, indiscutible príncipe de los filósofos, dijo, entre otras cosas, que era semejante a las silenas.
Las silenas eran en tiempos pasados unas cajitas como las que ahora vemos en las boticas de los farmacéuticos, pintadas por fuera con figuras jocosas y frívolas, tales como arpías, sátiros, liebres con cuernos, machos cabríos voladores, ciervos adornados de flores, y otras por el estilo, expresamente desfiguradas para mover a risa a la gente, a semejanza de Sileno, maestro del buen Baco. Dentro de ellas se guardaban las drogas finas, como el bálsamo, el ámbar gris, el almizcle, las piedras preciosas y otras cosas de valor.
Así decía Alcibíades que era Sócrates, pues viéndole por fuera y juzgándole por su aspecto, no habríais dado por él nada, a causa de la fealdad de su cuerpo y de su ridícula presencia, su nariz puntiaguda, su mirada bovina, su rostro de orate, sus vestiduras rústicas, pobreza en bienes materiales, desgracias amorosas, su ineptitud para todos los oficios de la República, siempre riéndose, bebiendo sin tasa ni medida, haciendo burla de todo, y disimulando siempre su divino saber.
Mas, al abrir esa caja, habríais encontrado dentro una droga celestial e inestimable: entendimiento sobrehumano, virtud maravillosa, coraje invencible, sobriedad sin par, alegría verdadera, confianza absoluta, increíble despego hacia todo aquello por lo que los seres humanos tanto se desvelan, corren, trabajan, navegan y luchan.
¿A qué propósito obedece, en vuestra opinión, este preludio? Porque vosotros, mis amados discípulos y algunos otros locos ociosos, al leer los festivos títulos de ciertos libros de nuestra invención, como
Gargantúa, Pantagruel, La dignidad de las braguetas, Las habichuelas con tocino, juzgais demasiado a la ligera pensando que en ellos sólo hay mofas, embustes chistosos y tonterías, en vista de la muestra exterior, es decir, el titulo.
Mas no conviene juzgar con tal ligereza las obras de los humanos.  (...)

Para mi es honor y gloria el tener fama de buen bebedor y excelente camarada, ya que con tal título soy bien recibido en todas las reuniones de pantagruelistas. (...).
Así es que regocijaos, amigos todos, y leed alegremente lo que ahora sigue. (…) Mas escuchad, grandisimos asnos, no olvidéis beber a mi salud por igual, yo os imitaré sin tardanza.


Pantagruel, François Rabelais

Capítulo 2 De la natividad del muy temido Pantagruel

Gargantúa, a la edad de cuatrocientos ochenta y cuarenta y cuatro años, engendró a su hijo Pantagruel en su mujer, llamada Bocaberta, (…) quien murió al traerlo al mundo, porque era el niño tan extraordinariamente grandote y gordinflón, que no puedo venir a la luz sin asfixiar a su madre.
Pues cuando su madre Bocaberta lo estaba trayendo al mundo, y las comadronas esperaban para recibirlo, primero salieron de su vientre sesenta y ocho arrieros tirando cada uno de un mulo totalmente cargado de sal, tras los cuales salieron nueve dromedarios cargados de jamones y lenguas de buey ahumadas, siete camellos cargados de pequeñas anguilas saladas, luego veinticinco carretas de puerros, ajos, cebollas y cebollinos; lo que espantó mucho a las comadronas, pero algunas dijeron: “Buenas provisiones tenemos. (…) Es buena señal (…)”.
Y mientras ellas cotorreaban entre sí sobre estas menudencias, he aquí que salió Pantagruel, todo velludo como un oso, por lo que dijo una de ellas con espíritu profético:
Ha nacido con pelo en pecho, hará cosas extraordinarias, y si vive cumplirá muchos años.”


D) Este  es el efecto del amor: el amor hace que una persona ruda e inculta brille en toda su hermosura y además suele dotar de humildad a los soberbios; el enamorado acostumbra a ponerse al servicio de todos con complacencia. ¡Oh! ¡Cuán digno de admiración es el amor que hace que un hombre brille con tantas virtudes! Hay algo más en el amor que es digno de ser alabado: que el amor realza al hombre con la virtud de la castidad, ya que aquel que brilla con los rayos de un solo amor es incapaz de pensar en los brazos de otra, por hermosa que sea. La figura de cualquier otra mujer es a su juicio ruda y descuidada.
Andreas Capellanus. De amore


E) Debéis, pues, saber que hay dos modos de combatir: uno con las leyes, el otro con la fuerza; el primero es propio de hombres; el segundo de las bestias; pero, puesto que el primero muchas veces no basta, conviene recurrir al segundo. Por lo tanto, es necesario que un príncipe sepa actuar según convenga, como bestia y como hombre. Este punto ha sido enseñado, de manera velada, a los príncipes por los antiguos escritores, que nos cuentan cómo Aquiles y otros muchos príncipes antiguos fueron llevados al centauro Quirón para que bajo su disciplina se educara. El hecho de tener por preceptor a un ser que es medio bestia y medio hombre no quiere decir otra cosa que el príncipe necesita saber ser una y otra cosa; y que sin ambas naturalezas no podría mantener el poder.
Estando obligado a saber comportarse a veces como una bestia, de ellas ha de elegir la zorra y el león; porque el león no sabe defenderse de las trampas ni la zorra de los lobos. Es necesario ser zorra para conocer las trampas y león para atemorizar a los lobos. Los que imitan al león no saben lo que llevan entre manos.
Maquiavelo, El príncipe

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