A)
El divino Odiseo, el astuto héroe griego de muchas mañas, renacido como Ulises en los mitos romanos, se enfrentó a las imbatibles Seirênes. Y venció. Las Seirênes, parte humanas, parte aves, eran seres que con el simple sonido de su voz turbaban la razón humana hasta el punto de embriagar de locura a todo aquel marinero que osara escucharlas, el cual terminaba lanzándose al mar. Para sobrevivir a la locura, el muy astuto Odiseo, el hijo de Laertes de divino linaje, obedeció las instrucciones de la hechicera Circe, de lindas trenzas y soberana de la isla de Eea: el divino Odiseo hizo cubrir de cera los oídos de su tripulación y después, para poder escuchar a tales voces sin caer en la locura, se hizo atar al palo mayor de su barco y
ordenó a su tripulación que obviara sus súplicas de liberación. De ese modo consiguió escuchar tan tentadoras voces sin sucumbir en el intento, de otro modo hubiera regresado al Hades.
B)
Miden en longitud entre 2.8-3.6 metros, con un peso que oscila entre los 400 y 1,775 kilos. Su cola es aplanada, a diferencia de otros peces y animales marinos que la tienen en forma de media luna. Las hembras suelen ser más grandes que los machos.
Su color es gris con manchas blancas o rosadas en el pecho y abdomen. Los que tiene movimientos muy lentos, poseen una capa de algas sobre su piel lo que hace que luzcan verdosos.
Sus aletas son ideales para direccionarse, llevarse comida hacia el hocico e incluso para abrazar a otros. Carecen de oído externo, pero poseen una abertura auditiva detrás del ojo.
Cuando se sumergen, sus fosas nasales se cierran automáticamente para evitar el paso de agua.
Los triquéquidos (Trichechidae) pertenecen a la familia de mamíferos placentarios del orden Sirenia. También son conocidos como manatíes o vacas marinas.
C)
Narraciones de encuentros con sirenas aparecen en los informes de numerosos navegantes. En su diario de a bordo, Cristóbal
Colón relata haber divisado tres en 1493, en un estero de la costa de La Española. «Su belleza está muy lejos de ser como la describe Horacio», comenta, evidentemente decepcionado.
En las costas del este de Africa y de la isla de Sri Lanka, los navegantes portugueses de los siglos XV y XVI encontraron dugongos, parientes de los manatíes, y clasificados como ellos en el orden de los sirenios. Pronto difundieron historias sobre la existencia de hombres tritones, de frailes marinos y de sirenas.
Cuando amamantan a sus crías, las aprietan entre sus largos brazos terminados en cinco dedos. Esta actitud evoca la imagen de la mujer que acuna al niño en brazos... En lo que se refiere a su canto, es cierto que los manatíes dan a veces, gritos prolongados...
D)
La cosa es que una sirena de la mar apareció preñada nada menos que de don Roldán, el amigo de Carlomagno, que tan triste muerte tuvo en Roncesvalles. Dónde se conocieron el señor de la marca de Bretaña y la sirena nadie lo dijo. Cómo fueron de solazados aquellos amores, y cómo el caballero superó las dificultades que llamaremos físicas y engendró en la niña cantora, nin se sabe. A los nueve meses, la sirena apareció en una playa gallega, creo que del mar de Arosa, y parió. Gente atraída por su canto, recogió al hijo, un hermoso mamoncete que fue bautizado Palatinus por ser su padre el paladín Roldán. Sería la sirena quien lo contaría a quienes se quedaron con el crío para criarlo, mientras la madre se volvía a las mareas. Y de Palatinus, por corrupción, vino Paadin, Padin. Y por aquí, por Galicia, andamos unas cuantas docenas de descendientes del hijo de la sirena, y la verdad no se nos nota en nada. ¡Si hubiéramos conservado de la sirenita el enorme poder de seducción! En fin, si en la familia hay un ginecólogo, debería ponerse a estudiar cómo pudo engendrar, como pudo parir. Por la piedras de armas se ve que era una verdadera sirena, muy feliz, de pechicos levantados, y con una cola que se parece a la del salmón, el más perfecto de los peces.
Hace varios siglos que no se ven sirenas de la mar, ni se escucha su cantar cálido y persuasivo. El padre Feijoo no creía en ellas: no las hubo nunca, decía. En cambio creía en los tritones, “aunque su voz haya sido escuchada modernamente”. En cambio en Normandía, en Ruán, se creyó tanto en ellas, que los canónigos quisieron cobrarles impuesto en los días de los cardenales de Amboise, y cuando allí fue quemada Juana, la buena lorenesa. Si un mozo aparecía muerto en la desembocadura del Sena, los canónigos acusaban a las sirenas y las multaban, y las convocaban a que viniesen a recibir el castigo junto a la Puente Matilde. Alguna debió acudir a la cita, porque los canónigos sabían que una de las señas de la sirena era el no tener ombligo.
Ustedes dirán que andamos perdiendo el tiempo en tonterías tratando de sirenas. Quizá. Pero por lo menos más divertida, sabrosa cosa es que tratar de bioenergética y extraterrestres. Ahora mismo, lunes 5 de noviembre, a las dos y media de la tarde, he visto en la “tele” a un profesor de bioenergética y a un tipo que rastreó todas las huellas posibles de extraterrestres en el planeta nuestro. La verdad, escuchando a tales “científicos”, uno se pone colorado. En un país como España, donde tan poco aprecio se da a la ciencia verdadera y al estudio, donde la investigación científica gasta menos que una jornada de quinielas, es bien detestable echar esos retazos a la gente. Quedémonos con las sirenas.
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